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Karim Adaimi, ser agradecido y generoso. Historias de éxito

Karim Adaimi admira la resiliencia de su pueblo, el libanés, y nos explica cómo enfrenta los desafíos de la vida con acciones positivas.

El 4 de agosto de 2020, Karim Adaimi estaba emocionado por embarcarse en una nueva aventura: volaría desde su hogar, en el Líbano, a Barcelona, para comenzar el MBA del IESE.

Al aterrizar, le esperaban docenas de mensajes de amigos y familiares, preocupados, de todo el mundo. Mientras estaba en el aire, el nitrato de amonio que se encontraba almacenado en el puerto de Beirut había detonado, provocando una de las explosiones no nucleares más grandes de la historia. Murieron más de 200 personas y 300.000 quedaron sin hogar.

“Imagina tu ciudad natal, con sus lugares importantes, todo, desaparecido…”, dice. “Se perdieron barrios enteros, partes hermosas de la ciudad, tres hospitales…”

Se sentía desgarrado por dentro. Acababa de llegar a Barcelona para comenzar un programa de dos años, pero ya quería volver a casa junto a sus compatriotas para ayudar a limpiar las calles y recoger los pedazos. Había sido uno de los días más devastadores de la historia de su país.

Dos años más tarde, Adaimi se presenta como un orgulloso defensor del “hermoso país del Líbano”. De hecho, en marzo de 2022, en una charla TEDxIESEBarcelona, habló sobre cómo “el pueblo fuerte y resiliente del Líbano trabaja unido para superar el trauma de la explosión portuaria”. Durante su paso por el IESE, se esforzó en proporcionar ayuda y dar a conocer a sus compañeros el carácter único de su tierra natal.

Resurgir de las cenizas

Las cosas no iban bien en el Líbano desde antes de la explosión de 2020. La libra libanesa había perdido el 95% de su valor desde 2019, y la inflación llegó a superar a la de Venezuela. Las personas carecían de acceso a recursos básicos, como atención médica y electricidad, y los cortes de energía eran frecuentes. Había poca fe en el Gobierno; de hecho, fue por sus años de mala gestión, se dijo, que productos explosivos habían ido a parar al puerto. La llegada de la COVID-19 exacerbó esas dificultades económicas y políticas.

Sin minimizar esos problemas, Adaimi ve muchas razones para la esperanza. Como optimista nato, ha participado en los Scouts durante la mayor parte de su vida, lo que ha consolidado su confianza en el poder de las pequeñas comunidades.

“Pongamos la explosión como ejemplo”, dice. “Al día siguiente, había 500.000 personas limpiando las calles. Mi madre, que trabaja en un hospital, no tenía que ir ese día… pero, de todos modos, lo hizo. ¡Tenía tanta prisa por ayudar que se olvidó de contactarme para decirme que estaba bien! La mayoría de los que arrimaron el hombro lo hicieron como parte de pequeños grupos: asociaciones de vecinos, mi grupo de los Scouts, Cruz Roja, Cáritas…, y es que puedes empezar con algo minúsculo, y, aun así, tener un impacto considerable”.

Con respecto a los cortes de energía, la gente trabaja en soluciones creativas. Por lo general, el Gobierno proporciona un cierto número de horas de electricidad al día, y los generadores comunitarios compensan la diferencia. Sin embargo, como la cantidad de horas garantizadas por el Gobierno se ha reducido a menos de seis, los generadores no pueden seguir el ritmo. Los refrigeradores y los aires acondicionados, entre otras cosas, han dejado de funcionar en medio de un calor sofocante. El escritor libanés Charif Majdalani hizo notar su angustia ante “la imposibilidad de levantar las persianas eléctricas de las ventanas, un símbolo del pozo oscuro en el que nos encontramos”.

Ahora bien, la necesidad es la madre del ingenio. Así, la gente se ha hecho con baterías con tal de almacenar energía, de entre la que se proporciona diariamente, para compartirla más tarde. Otros se instalan paneles solares. “Nada de eso es ideal, pero sí un comienzo”, piensa Adaimi.

Adaimi organizó sus propias contribuciones a nivel comunitario. En dos ocasiones, durante el MBA, hizo correr la voz entre sus compañeros de clase para que donaran los medicamentos que les sobraban, que se recolectarían y enviarían al Líbano en colaboración con la organización benéfica Medonations. “Les dije que, aunque solo les quedase una pastillita, nos sería de ayuda”. Su segunda campaña de medicamentos no tuvo el alcance de la primera, pero eso se debió a que contaban con menos tiempo para prepararse. “¡Teníamos prisa porque todos íbamos al Líbano!”

Como en casa en ningún sitio

Nunca se planificó ningún viaje oficial del IESE al Líbano. Por su parte, Adaimi quería llevar a amigos a su país, pero seguía posponiéndolo. “No encontraba el momento idóneo”, recuerda, “pero al final caí en que nunca llegaría, y que debíamos irnos ya”.

Inicialmente, siete personas de su equipo del MBA estaban interesadas. “Pregunté a los demás estudiantes libaneses si querían venir, y sugerí que invitaran a sus amigos, también. ¡Lo siguiente que dijeron fue que había 80 inscritos!” Adaimi y cuatro compañeros de clase libaneses –Garine Arabian, Ali Moghnieh, Jessica Saade y Jennifer Zouein– planificaron el viaje.

Adaimi se describe como alguien que disfruta creando orden a partir del caos, pero para ese viaje tenía mucho trabajo por delante. “Dos días antes de que nos fuéramos, el Gobierno se declaró en bancarrota y dijo que ya no se aceptarían pagos con tarjeta de crédito”.

Rápidamente, organizaron dinero en efectivo y transferencias bancarias para 80 personas, así como transporte y comida. “El simple hecho de comer supone un esfuerzo logístico; no solo por los números que hay detrás, sino también por los posibles cortes de electricidad, pues alguien podría sufrir una intoxicación alimentaria”.

De aventuras como esta salen las mejores historias, y el viaje fue un éxito. Adaimi dio a conocer a sus amigos la belleza y la cultura de su ancestral tierra mediterránea. Le gusta pensar que también aportó su granito de arena a la economía: “Fuimos 80 personas de todo el mundo, e incluso salimos en las noticias”.

Al estilo de Beirut

Frente a tales desafíos, ¿qué cree Adaimi que ayuda a las personas a mantenerse resilientes y fuertes? “En lugar de desesperar, busca alternativas. Busca la forma más rápida de cambiar las cosas y encuentra una salida”, propone. Y aconseja: “Haz equipo. Responsabilízate de los cambios que puedas llevar a cabo. Quizá no transformes el mundo de golpe, pero es un comienzo. Moviliza tu círculo y sé agradecido y generoso”.

“Por último, la risa es la mejor medicina. Los libaneses somos conocidos por nuestra resiliencia, pero creo que es porque nos encanta vivir. Nunca dejamos de disfrutar de la vida. Incluso cuando esté llena de fechas límite y preocupaciones, recuerda que trabajar duro, aunque es importante, no lo es todo… también hay que disfrutar del proceso”, concluye.

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