
IESE Insight
Desglobalización: un fenómeno que va más allá de Donald Trump
El auge del nacionalismo y el intervencionismo obliga a muchas regiones a elegir entre EE. UU. y China.
Tras una serie de idas y venidas, con aranceles tan volátiles como el propio contexto político, el mundo permanece expectante ante el próximo movimiento de Donald Trump.
Para el profesor del IESE Pedro Videla, más allá de si los aranceles sobre Europa y China aumentarán o no en las próximas semanas, hay una tendencia que parece irreversible: la era de la hiperglobalización –que floreció desde los años 80 hasta 2008– está llegando a su fin.
Así lo explicó en una sesión dirigida a antiguos alumnos del IESE, en la que señaló que el fin del período de integración comercial acelerada, impulsado por las instituciones globales creadas tras la Segunda Guerra Mundial, se está traduciendo en mayores costes, cuellos de botella en las cadenas de suministro y ecos de la estanflación de los años 70.
A diferencia de las crisis petroleras de los 70, la disrupción actual no responde a una escasez de recursos, sino a factores políticos. La globalización atraviesa un momento de ajuste de cuentas, en el que la administración Trump expone sus quejas: déficits por cuenta corriente al alza y la acusación de que la sobrecapacidad industrial de China ha provocado la pérdida de entre seis y ocho millones de empleos manufactureros en Estados Unidos.
Pero no es solo EE. UU. Queda claro que el sentimiento populista y las demandas de proteccionismo están en auge en las democracias occidentales. Muchos albergan la esperanza de que estos cambios signifiquen la vuelta de empleos para la clase trabajadora. Europa también desconfía cada vez más de la hegemonía china en sectores clave como los paneles solares, las baterías y los vehículos eléctricos. Incluso Ucrania depende de baterías chinas para sus drones, lo que pone de manifiesto los riesgos de seguridad derivados de una producción industrial tan concentrada.
¿Es China la culpable?
China fue sin duda una de las grandes beneficiarias de la globalización. A mediados de la década de 2010, representaba el 30% de la producción manufacturera mundial. Su modelo de crecimiento, muy intensivo en capital, prioriza la inversión sobre el consumo. Las familias chinas tienden a ahorrar en lugar de gastar, en parte debido a la debilidad de las redes de protección social, lo que amplía el déficit comercial entre China y sus socios comerciales.
Sin embargo, estas no son las verdaderas causas del déficit estadounidense. Un error fundamental en la lógica económica de Trump es creer que los déficits comerciales se deben, sobre todo, a prácticas comerciales injustas. Aunque China efectivamente aplica subsidios a la exportación y produce en exceso, el déficit comercial de EE. UU. tiene raíces internas: un elevado déficit fiscal y un consumo excesivo. Si EE. UU. elimina su déficit con China mediante aranceles o vetos, este simplemente se trasladará a otro país. Los déficits por cuenta corriente estructurales reflejan desequilibrios entre ahorro e inversión internos, no acuerdos comerciales bilaterales.
¿Qué papel juega el dólar como moneda de reserva?
El dólar estadounidense es la principal moneda de reserva global, lo que complica aún más la dinámica comercial, al provocar su apreciación. Esto perjudica la competitividad de las exportaciones de EE. UU. Trump es partidario de mantener los tipos de interés bajos y un dólar débil para estimular la industria, pero estas preferencias chocan con las limitaciones institucionales y las realidades de los mercados financieros globales.
Este enfoque puede abrir la puerta a que China y los BRICS desafíen la hegemonía del dólar y promuevan un mundo multipolar. Bajo el liderazgo de Xi Jinping, China busca reducir su dependencia de EE. UU. y de las instituciones occidentales. Su apuesta por la autosuficiencia económica y tecnológica probablemente desencadenará un proceso de desacoplamiento a escala global.
Videla plantea tres posibles escenarios ante esta trayectoria geopolítica:
- Escenario optimista. Se alcanza algún tipo de acuerdo entre EE. UU. y China que permita una normalización parcial.
- Escenario intermedio. Se produce un desacoplamiento parcial, con una reorganización sustancial del comercio mundial y de las cadenas de suministro. Disminuyen los volúmenes comerciales, aumentan las políticas industriales y los países se inclinan hacia el proteccionismo.
- Escenario pesimista: El fracaso total de las negociaciones desencadena una recesión global similar a la de la pandemia de la COVID-19. Habría estanflación –inflación con estancamiento económico– y daños duraderos en la economía mundial.
Videla duda que se restablezcan las relaciones comerciales normales, dadas las declaraciones actuales de la Casa Blanca y los objetivos estratégicos de ambas potencias. Los países, especialmente en Europa y Latinoamérica, podrían verse pronto presionados a elegir bando. China ya es el principal socio comercial de Chile, Brasil y Argentina. Si EE. UU. les exige desacoplarse, las consecuencias podrían incluir restricciones comerciales, limitaciones de visado y una reducción de los lazos diplomáticos. Aunque la lógica económica favorezca a China, el coste político de desafiar a EE. UU. es elevado.
¿Puede frenarse la desglobalización?
Trump ha utilizado de forma intensiva las órdenes ejecutivas para aplicar su agenda, pero esta estrategia puede estar alcanzando sus límites. En mayo de 2025, el Tribunal de Comercio Internacional de Estados Unidos dictaminó que Trump no tenía autoridad para recurrir a la legislación de poderes económicos de emergencia que usó para imponer los aranceles globales del llamado “Día de la Liberación”, promulgados un mes antes.
Los inversores y los llamados bond vigilantes también ejercen cierta presión, al igual que los límites impuestos por el Congreso y la independencia de la Reserva Federal. Aun así, en los próximos meses, el mundo tendrá que replantearse muchas de las certezas que hasta ahora daba por sentadas.
Más allá de si se mantienen o eliminan los aranceles, la estrategia geopolítica del equipo de Trump va más allá del comercio: enmarca las tensiones globales como una nueva Guerra Fría contra un “eje del mal” integrado por China, Rusia, Irán y Corea del Norte, con conflictos indirectos en Ucrania y Oriente Medio.
Los intentos de recuperar activos estratégicos –como sustituir a una empresa de Hong Kong en el Canal de Panamá por BlackRock o poner el foco en Groenlandia– reflejan un interés por los puntos críticos marítimos. Con el deshielo del Ártico, Groenlandia y Canadá están adquiriendo un peso estratégico creciente, y China ya invierte con fuerza en la región. Mientras tanto, una acción militar de China sobre Taiwán podría envalentonar a otras potencias como Rusia y acelerar la inestabilidad mundial. No solo EE. UU. está impulsando la desglobalización: China y otros países también están reforzando sus bloqueos.
Como concluye Videla, “el orden global está siendo rediseñado por el nacionalismo, el populismo y el proteccionismo. El sistema que sostenía el crecimiento y la estabilidad está en peligro. Debemos prepararnos para un mundo más fragmentado y volátil”.
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